23 julio 2012

Qué bueno que viniste

publicado en A quemarropa, épocaXXV, nº1
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Sí. Y qué suerte. Para ti y para la Semana Negra. Que estés presente en esta nueva edición. Que estés hoy en el Tren, dentro de un rato en Gijón, mañana y pasado y tantos días. Qué buena noticia que hayas venido, qué bueno que estemos, que sea una realidad. Te lo digo a ti y me lo digo a mí mismo, mientras tú lees estas líneas y yo pienso en que las estás leyendo. Y pienso, además, en que hay que ser un poco mago para poder montar, cada vez con menos dinero, cada vez con más pasión, semejante festival. Magas y magos lo hacen posible cada verano, trabajando desde el invierno, con fuerza, ilusión y por qué no con la siempre inquebrantable varita mágica del romanticismo. Esto viene ocurriendo desde hace veinticinco años. Qué barbaridad: aturde calcular las horas que hay que echar para llevar a cabo veinticinco semanas negras. Qué suerte tienes, qué suerte tengo, qué suerte tenemos.

Si es tu primera Semana Negra, no te preocupes: esto no es un seminario, no es un simposio, no es un congreso. Ni siquiera se ata a los cánones clásicos de ningún festival cultural. Así que no te preocupes. Si es la primera vez que lees A quemarropa, si te amilanan las multitudes, si ves pasar gente que no conoces (y si esa gente te habla o te invita a una copa, a un café, a una cocacola), no te preocupes. Si ves pasar personajes a los que admiras, si coincides con éstos en alguna de las carpas de actividades, por los pasillos del hotel, en una mesa de plástico con sillas de plástico, en cierto chiringuito repleto de libros usados, de revistas y discos, por la calle, o en la terraza del Don Manuel, por las noches y también por las mañanas. No te preocupes: entre otras muchas cosas, eso es la Semana Negra de Gijón.
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Como no sé si eres autor, editor, periodista, espontáneo o cuatro de bastos, y como yo suelo ser autor (a veces espontáneo y otras muchas cuatro de bastos), siento casi la obligación de advertirte, desde mi experiencia del pasado año, que la Semana Negra no es un evento más en el calendario cultural de este país, sino que es una verdadera fiesta de la cultura. La más grande en tanto libertad de expresión e independencia ideológica. La única capaza de reunir (sin pagar un céntimo a nadie) artistas consagrados y emergentes, nacionales y extranjeros, de derechas y de izquierdas, con el sano y voluntarioso propósito de mantener vivo algo más que un género narrativo. Por eso te decía que no te preocuparas prácticamente por nada. Si te invitaron a esta vigésimo quinta edición, es, por sobre todas las cosas, que te lo mereces. Esta última afirmación podría asegurártela con aquella metáfora de ir y cascar las manos en el fuego. Así que no te preocupes y aprovecha: sé que no ha sido fácil llegar hasta este inaugural viernes de julio. 
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La Semana Negra, supongo que ya te habrás enterado, se celebra en la ciudad asturiana de Gijón, ahí arriba, al norte de todo. Como soy extranjero, y como siempre lo voy a ser (más allá de los años, que hoy por hoy puedo juntarlos en una docena), Gijón me recuerda a Mar del Plata. Ya sé que en realidad no se parecen tanto. Pero como huelen a sal, a mar por encima de las cabezas, a visita una vez al año, no puedo evitar la reminiscencia. Gijón es mi Mar del Plata asturiano: hasta refresca por las noches, aun en verano. Y desde mi extranjerismo, que vendría a ser, en el peor de los casos, un estado de ánimo, quiero contarte que muchas personas de otros países (Francia y Argentina son buenos ejemplos) saben dónde queda Gijón en el mapa gracias a la Semana Negra. Por lo tanto, podríamos arriesgar que la Semana Negra, festival lúdico-cultural, escorado, a mi juicio, más o menos hacia el género policial, tiene que ser motivo de orgullo para todos los gijonenses. Sí, Gijón es el alma espacial de la Semana Negra. Con Mar del Plata sucede algo parecido.
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Entre varias de las sorpresas que te esperan, voy a tomarme el atrevimiento de desvelarte una. Ahora mismo, mientras viajas cómodamente en el ya mítico Tren Negro, puntapié inicial del partido más esperado del año. La Semana Negra, su condición y su desarrollo, no se parece a nada. Deberías tomarte esta declaración muy en serio. No se parece a nada de lo que te puedas imaginar. ¿Hay presentaciones de libros? Sí. ¿Hay debates, tertulias, mesas redondas? Sí. ¿Se valora y se premia a los mejores libros del año pasado? Sí, y más cosas. ¿Entonces qué marca la diferencia? ¿Qué hace de la Semana Negra un acontecimiento sin equivalente? Podría darte una pista: la Semana Negra va más allá de su programa de actividades. Pero prefiero esperar y que encuentres la respuesta en el transcurso de la presente edición. Porque así será. No tengo ninguna duda de eso. A mí me ha pasado. Y a otros muchos. Seguramente a todos. Existen pruebas tangibles y concluyentes: no tienes escapatoria, te pasará a ti también. Y querrás, te advierto, repetir. Conozco a un autor argentino que se tatuó el logo de la Semana Negra en una de las partes más visibles de su cuerpo. Ese autor sólo estuvo en la pasada edición. Sólo le hizo falta asistir una vez. Sólo una dosis de SN y algo en tu cabeza cambia para siempre. Pero no te preocupes: la primera vez no es la más importante. La primera vez es, acaso, la definitiva, la que te enseñará esa respuesta a la que hacía referencia más arriba. Esa respuesta que es la llave para comprender esta suerte de militancia, esta miel que se te pega en los dedos, este tatuaje. Vas de camino a eso, de camino a vivir una experiencia inolvidable y que año tras año supera todas las previsiones, rompe todos los relojes, bate cualquiera de los récords. Por eso te digo qué bueno que viniste, qué bueno que estemos, qué bueno que tengamos Semana Negra.
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Personalmente, ciñéndome a una posición de autor, la Semana Negra tiene, entre otras, la virtud de conectarte con docenas de autores (sobre todo extranjeros o que no viven en la misma ciudad que tú) de un modo impensable en cualquier otro escenario. Porque no me refiero a la conexión típica de coincidir en una presentación, en una mesa redonda, en un debate (que también). Me refiero a todas las horas que suceden fuera, a veces en paralelo, de una actividad concreta. No es una majadería decir que la carga horaria de la Semana Negra sale del resultado de multiplicar sus días por veinticuatro. De la misma manera, y sin ánimos corporativos, puedes coincidir con medios de comunicación, agentes, periodistas y editores. Mi primera novela fue traducida al francés por una editorial parisina, cuyos responsables acuden desde hace años a la Semana Negra. Esto me ha sucedido a mí pero también a muchos de mis compañeros de oficio. Aunque ellos, por supuesto, ya había leído la novela, recuerdo que prácticamente acordamos la cesión de derechos entorno a una mesa de plástico, sentados en sillas de plástico, bebiendo no sé qué cosa en vasos de plástico. Este ejemplo maravilloso, lejos de estar ficcionado o retocado para que mole, ocurrió exactamente así.
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Si esta es tu primera vez, no te preocupes. Voy a proponerte un ejercicio espiritual: intenta ser quien eres, siempre: de día y de noche, en las actividades programadas y en las charlas extraoficiales, durante las comidas, durante las cenas, cuando recién te despiertas y tu cara y tu voz te impiden ser persona. Necesito utilizar un término muy argentino para explicarte el cierre de esta idea, de este ejercicio: careta. La semana Negra es un acontecimiento cero careta. Cero de cero. Esto deberías memorizarlo como memorizas tu DNI, porque es la esencia y el umbral de la Semana Negra. No sé qué evento cultural importante puede presumir de eso.
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Sí, qué suerte que estés leyendo estas líneas en A quemarropa. Qué suerte para todos. Qué alegría me produce saber que a partir de hoy vas a experimentar por primera vez lo que muchos llevamos esperando un año. Ahora, mientras escribo esto que tú lees, pienso en que nadie me obliga a hacerlo, ni siquiera el móvil económico, en que lo hago sin más aliciente que las ganas y la voluntad de participar. Los que me conocen saben perfectamente cuál es mi leit motiv fundamental. Me crié en un barrio de inmigrantes donde deber un favor era peor que deber plata. Un barrio plagado de códigos tácitos inquebrantables que hoy en día veo cómo cualquier papanatas transgrede sin el menor remordimiento. Te cuento esto porque en la Semana Negra, y hasta donde yo pude ver, esos códigos se mantienen vigentes, se respetan y hasta se lucha por ellos. Los premios que otorga la Asociación, en todas sus categorías, son un buen ejemplo de esta chapa que acabo de soltarte. Premios como el Dashiell Hammett (que vendría a ser la Palma de Oro de la Semana Negra) mantiene una pureza y un hermetismo que dignifican aún más a quien se alce con el Rufo. Muchas instituciones de nuestra sociedad, incluso las públicas, deberían aprender o al menos imitar y hasta plagiar estos modos de desenvolverse. 
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Hay una anécdota preciosa que me gustaría compartir contigo, porque en cierto modo representa, desde la chanza y el buen humor, bastante bien el espíritu de la Semana Negra de Gijón. Haz de cuenta que ocurrió el año pasado. Haz de cuenta que mi pareja de ese entonces y yo habíamos quedado solos en la parada del trencito. Un trencito que en esa edición conectaba el centro de la ciudad con el recinto de actividades. Solos en la parada de aquel trencito que se nos fue. Haz de cuenta que eso está exactamente a escasos metros de la terraza del hotel Don Manuel, punto neurálgico de encuentro, de largas horas de charla y buena compañía, un poco como el corazón infatigable de la Semana Negra. Total que a mi pareja de ese entonces y a mí se nos había ido el trencito (haz de cuenta que esto no es una metáfora del amor). Después de estar esperando sin movernos de la parada, el trencito no aparece pero sí Fernando Marías. Nos saludamos y creo que calculamos los minutos que nos separaban del siguiente trencito. Mi pareja de ese entonces era médico y supongo que algo en su rostro la delataba inexorablemente. Delataba su emoción y un descubrimiento, delataba cierta situación inédita y, por supuesto, extraordinaria. Diferente a la que podemos sentir los que estamos más o menos ligados al rollo cultural. Diferente pero tan válida. Sin apenas preámbulo, Fernando Marías, cuya capacidad de observación excede lo terrenal, se olvida de mí y le habla a mi pareja de ese entonces, le dice: Lo sé, no me digas nada: habría que vallar este sector (señala con el dedo o el mentón un perímetro imaginario), dejarlos a todos dentro, aislados de la civilización, y una vez aislados, tratarlos uno a uno. A ver, tú, ven. Qué es lo que te ocurre, cuéntame. Todo comenzó en la niñez, ¿verdad? Reímos, los tres. Mi pareja de ese entonces más, porque el juego imaginario la había llevado hábilmente a su terreno profesional, la había incluido, la había hecho partícipe, la había integrado. Premisa inicial de la Semana Negra: todos somos parte de ella. Tú, que eres autor, editor, periodista. Y tú, que eres espontáneo u oyente o cuatro de bastos, también. Y no te preocupes. No. Ese estado mental de euforia es uno de los atributos que engrandece a la Semana Negra. Estar dentro de los límites de ese vallado imaginario te garantiza, muy mucho, ser parte activa de una de las fiestas culturales más importantes de Europa. Porque esa seña virtual de locura a la que se refería el autor de Esta noche moriré, me pareció una representación muy ajustada de cómo se viven las horas dentro de la Semana Negra. De cómo las vivimos, de cómo las gozamos, de cómo nos perdemos sin necesidad de disfrazarnos. Así es. 
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Y sigue. 
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Y tenemos mucha suerte de que siga.